Por: Héctor Severiano Ocegueda
Literalmente una avalancha vertiginosa de acontecimientos sacude los cimientos del capitalismo contemporáneo. La crisis cíclica iniciada en 2007-2008 con las hipotecas en Estados Unidos, continuado por un conjunto de fenómenos sociales, bélicos y ecológicos dan cuenta de la ruptura de un viejo orden mundial y el alumbramiento de una nueva época. La confrontación geopolítica con epicentro en los conflictos de Ucrania y Medio Oriente (lugar, este último, donde la dupla Israel- Estados Unidos comete un genocidio contra el pueblo palestino ante la mirada casi pasiva de la ONU convertida en aparato decorativo); marchando entre movimientos migratorios formidables (de acuerdo a cálculos elaborados por la División de Población de la ONU, “en 2020, el número de migrantes internacionales en todo el mundo —personas que residen en un país distinto de su país de nacimiento— alcanzó los 281 millones.
Las mujeres migrantes constituyen el 48% de los migrantes internacionales. Casi tres de cada cuatro migrantes internacionales tenían entre 20 y 64 años, y 41 millones eran menores de 20 años. La mayoría de los migrantes internacionales residen en Asia y Europa (31% respectivamente), seguidos de América del Norte (21%), África (9%), América Latina y el Caribe (5%) y Oceanía (3%)”; manifestaciones violentas del cambio climático, muestra elocuente de lo cual fue el desastre ocasionado por el huracán Otis que devastó Acapulco y guerras en distintas regiones del mundo en sintonía con el más reciente enfoque estratégico del imperialismo de “guerra sin fin”, según información de la Academia de Derecho Internacional Humanitario y Derechos Humanos de Ginebra, “en Medio Oriente y el norte de África se encuentran activos 45 conflictos armados, 35 en el resto del continente africano, Asia cuenta con 21 conflictos en activo, Europa tiene 7 y América Latina es escenario de seis conflictos armados, aunque estos incluyen también violencia criminal, como en el caso de México.” (Revista Expansión. 20 de octubre de 2023); constituyen, junto a una trama de contradicciones conformadas por las particulares expresiones de la lucha de clases en cada espacio nacional y regional (especialmente agudizada por la acción delictiva que adquiere visos de paramilitarismo); el complejo escenario en el que transcurre el proceso electoral de México que conducirá en 2024 al relevo presidencial, la renovación del Congreso de la Unión, 8 gubernaturas estatales, congresos locales y ayuntamientos: 629 cargos federales y 19 746 cargos locales a puestos de elección popular en total, según datos del INE.
La elección es trascendental no sólo por su dimensión cuantitativa, sino sobre todo por sus implicaciones cualitativas, considerando el fin del sexenio del presidente López Obrador y el arribo de una nueva figura presidencial. Aunque el desarrollo del proceso de cambio de estafeta va de acuerdo a una agenda que hasta ahora no ha presentado mayores dificultades, es previsible que al paso de los días el panorama se vaya complicando a medida que de acuerdo al calendario electoral se acerque el día de la elección. Como todo proceso social, la elección de 2024 está condicionada por multitud de contradicciones y variables objetivas y subjetivas. En principio vale decir que el contexto de la elección de 2024 dista bastante del prevaleciente en las elecciones de 2018 y 2021.
A lo largo del proceso ha quedado constancia de la decisión de las bases militantes de impedir la imposición a la medida de acuerdos previos entre las cúpulas de los partidos, fenómeno que sin duda continuará presentándose en tanto se trata de una alianza pactada entre las burocracias dirigentes de varios partidos (Morena-PVEM-PT) pero estará mediado por la presión de la militancia por la selección de precandidatos y candidatos identificados con los principios de la Cuarta Transformación. El rechazo a la imposición se ha manifestado en protestas y expresiones de inconformidad de una militancia dispuesta a romper con una vieja práctica política característica del Viejo Sistema Político, lo cual introduce un ingrediente de particular explosividad que la dirigencia de Morena está obligada a valorar en toda su magnitud.
Gobiernos estatales y municipales son blanco de ásperas críticas y han sido particularmente cuestionados por el pueblo y la militancia y en no pocos casos han salido mal librados en su evaluación, considerando el imperativo ético central del proceso transformador: No robar, no mentir y no traicionar al pueblo.
Especialmente sensible al propósito de legitimidad de gobernantes y legisladores, su gestión está sometida a la mirada vigilante de una ciudadanía, militancia incluida, que advierte que la Cuarta Transformación es asignatura pendiente en el territorio local. Los reclamos por malos desempeños de los niveles locales de gobierno son lugar común en buena parte del país. El pragmatismo político ha asegurado triunfos electorales que luego suelen traducirse en gobiernos que resultan una reedición de gobiernos que reproducen la cultura priista-panista, constituyendo a efectos de la próxima elección casos de riesgo y posible derrota por lo cual, insisto, la dirigencia debe mostrar sensibilidad y apertura a la crítica de militancia y ciudadanía, así como respeto por el proclamado procedimiento de encuesta como método fundamental de selección.
El poderoso movimiento transformador de México está ahora en la encrucijada de asegurar la consolidación y profundización de un proceso que marcha por la ruta de construir alternativa en el ejercicio del gobierno y lo que significa en términos de justicia social y democracia popular, o enfrentar la derrota, como ya se ha presentado en varias naciones hermanas de América Latina, ejemplarmente Argentina, Brasil, Ecuador y Perú.
En razón del liderazgo que la izquierda mexicana convertida en gobierno ha reconquistado en el escenario latinoamericano y la alta responsabilidad correspondiente, deviene firme exigencia el cuidado del proceso electivo y la pronta respuesta al reclamo social por el respeto al compromiso transformador, eje de lo cual se encuentra en la recuperación del partido-movimiento, el partido que prepara y nutre la movilización permanente, la organización y la formación política e ideológica, punto este último patente en los cursos y talleres diseñados e impartidos por el Instituto Nacional de Formación Política (INFP), esfuerzo notable que merece reconocimiento y con seguridad ha contado con la participación entusiasta de militancia y dirección de Unidad de las Izquierdas.
El delicado momento histórico demanda la mayor atención y compromiso.