Por: Héctor Gamboa
«Llamádme Ismael», es la primera frase de una extraordinaria novela llamada Moby Dick.
Herman Melville publicó Moby Dick en 1851. Narra las andanzas de un barco ballenero llamado «Pequod», cuyo capitán Ahab, que junto con el joven Ismael y el arponero Queequeg, navegan en la obsesiva y autodestructiva persecución de un gran cachalote blanco.
La obsesión del capitán Ahab se debe a que el cetáceo le arrancó una pierna en un encuentro inicial cuando intentó cazarla. Y por ello decide perseguirla por todas las aguas de los mares del Sur del Pacífico, a costa de lo que sea, hasta del sacrificio de su tripulación y su vida misma.
El cachalote blanco simboliza los demonios atávicos que todos llevamos dentro y que de alguna manera combatimos en todas nuestras acciones y omisiones, ya sea de manera consciente o inconsciente.
Algunos idealistas como El Quijote, luchan contra Molinos de viento, que pensaban eran gigantes. Otros crean un demonio a imagen y semejanza de ellos mismos y lo combaten.
En México estamos viviendo algo parecido, ya que el genial creador de demonios que nos gobierna, polarizó la sociedad e inició una cruzada contra sus propios demonios, a los que llamó neoliberales, conservadores, fifís y que los encarnó en la figura de Claudio X. González, personaje que en la vida real nada significa, pero qué es el arquetipo que simboliza lo malo que nuestro mesías imagina.
Y cómo fuego en la yesca, en el imaginario popular del pueblo más ayuno de educación, alimentado con la chispa de la dádiva necesaria y de alguna manera redistributiva del latrocinio vivido, tuvo una tripulación dispuesta al sacrificio con tal de arponear a Moby Dick.
Cabe señalar que los fantasmas creados por El Mesías son sólo imágenes que habitan en su cabecita blanca, puesto que la gran mayoría de ellos son generadores de la riqueza que soporta el producto interno bruto, la gente que con su trabajo y pago de impuestos, crean los recursos que devora en su senil locura para alimentar a quienes lo ayudan a perseguir sus demonios.
La cacería de Ahab termina en tragedia, con el hundimiento del «Pequod», la muerte de la tripulación y con el testimonio del único sobreviviente, Ismael, quién dará testimonio de la historia vivida.
En México vivimos tiempos de locura, de una involución que persigue destruir lo que se construyó durante décadas y décadas de esfuerzo de miles de mexicanos que trataron de crear equilibrios entre los poderes, entre los órganos reguladores de transparencia y rendición de cuentas, del respeto a los derechos fundamentales y democracia, que se basa en el principio fundamental del respeto e inclusión de la opinión de las minorías.
Sin embargo al perseguir al cachalote blanco, obsesión del capitán del barco, se perderá el navío y la tripulación estará inerme ante las olas del mar y sólo quedará el testimonio de los relatores, como Ismael.
Como hoy no tengo muchas ganas de escribir, me puse a divagar un poco bajo los influjos de los humores del señor Vladimir Stolichnaya, por lo que espero que lo mal pergeñado en el presente escrito, sea digerible al lector.