Recuerdos parte dos


Durante el acompañamiento en el turno de la jornada laboral de nuestro padre en la planta hidroeléctrica de Jumatán, el entretenimiento de pesca se hacía en el río ingenio después de la cascada o en el arroyo de Mojarritas de agua limpia y fresca, que se convertía abajo en afluente del río, descendía por la cañada desde el lugar donde cruza la carretera vecinal poco antes de llegar a Jumatán, que conforma en su trayecto descendiente más adelante, otra caída de agua como de 35 metros llamado Salto de Foras; incluso se lograba pescar en el corto canal que sale de la planta con el que se regresa el agua turbinada al cauce del río; de lograr una pesca afortunada comeríamos o cenaríamos sabrosas mojarras asadas en una rústica hornilla hecha para este propósito. Las horas que pasábamos, los entonces niños, en el interior de la casa de máquinas, claro que indebidamente pero con la orden estricta de no tocar nada, era también algo impresionante, observar el trabajo continuo de los motores generadores con su rugir característico, permanente y de las turbinas que se manifestaban en la superficie como grandes ruedas metálicas de color del bronce de un giro constante y más o menos silenciosas, que surgían del piso solo la mitad visible a la que les calculaba como de unos 3.5 a 4 metros de diámetro, accionadas por la fuerza del golpe del agua al llegar desde el tanque contenedor, que se encuentra un poco más arriba del malacate, transportada por gravedad en dos grandes tubos; las actividades repetidas de los trabajadores eran la observación y monitoreo de los tableros tomando las lecturas de los equipos de medición anotándolas en una gran libreta.
El resto del turno la pasábamos en caminatas inspeccionando el monte por las riberas del río o del arroyo de “Mojarritas” donde con suerte se podían ver diferentes tipos de aves, urracas, chachalacas, palomas, güilotas, aves migratorias como garzas, patos y otras; mamíferos como venados, jabalíes, mapaches, tejones, nutrias en el río que les llamaban “perros del agua” cuyo alimento dependía mucho de la caza de peces que les facilitaba el arroyo y el río. Durábamos largos ratos en un tejabán campestre de dos aguas, ubicado donde empezaba el bosque, hecho más para festejos y el disfrute de los visitantes, que para el operador de la planta y su ayudante, puesto que no podían desentenderse por mucho tiempo de la vigilancia de la operación. Cuando nos tocaba dormir en la planta lo hacíamos sobre un banco largo de trabajo que se encontraba en un cuartito/taller; al final solo nos quedaba esperar la terminación del turno, la llegada de la nueva pareja en el funicular, entregarle el reporte de novedades y hacer el viaje de regreso de nuevo a la civilización.
Los operarios de la planta de Jumatán recibían el pago de sus salarios, “la raya”, en períodos quincenales y tenían que estar en la ciudad de Tepic cada que se cumplía este día para recibir sus emolumentos; para tal propósito la empresa autorizaba el envío a Jumatán de un camión grande de redilas en el que cupieran todos los que tenían que firmar sus recibos de nómina “tirillas”, pero que también hubiera espacio suficiente para los bultos que se hacían con las compras de los comestibles y bastimentos en general, necesarios para los próximos quince días. Es de hacerse notar que no existía en estos años de la década de 1960, ningún resabio de tipo laboral sindical que pudiera generar alguna queja por este tipo de transporte, puesto que la empresa no contaba con camiones con asientos individuales para pasajeros, eran tiempos de pioneros; muy común resultaba que en estos viajes nos coláramos los hijos de los trabajadores, los choferes por lo general no se oponían, aunque si hubo alguna excepción.
La mayoría de las compras de comestibles se hacían por comodidad, para la empresa como para los trabajadores, en una misma tienda abarrotera que era la del señor Narciso “Chicho” ubicada en el mercado Juan Escutia en la esquina de Puebla y Zaragoza, el camión se estacionaba afuera de esta negociación a esperar el tiempo que se daba para que fueran los trabajadores a “rayar” a las oficinas de la CFE, sede de la entonces División Occidente, en ese tiempo ubicadas en los altos de la esquina de la avenida México y calle Zapata (hoy parte del negocio de Liverpool), y a surtir sus artículos comprados y acomodarlos arriba del vehículo; estas condiciones le daban al señor Chicho la confianza de vender a crédito o de fiado con recuperación segura cada quincena, al menos yo nunca supe de pleitos y cobranzas.
Cuando fuimos cumpliendo la edad para ingresar a la escuela primaria, algunos entraron a la escuela que instaló el Sistema Educativo Mexicano en Jumatán, otros nos fuimos a escuelas también públicas en la ciudad de Tepic, siempre esperando los periodos vacacionales para regresar a nuestro querido campamento donde todavía estaban nuestras familias. Llegamos a Tepic con nuestra abuela Tomasa Lizárraga Dueñas por la avenida México 680 norte, a su casa que le rentaba a la señora Poli que vivía enseguida, casa rentada seguramente con el apoyo económico de sus hijos que ya trabajaban en la CFE como Manuel y Cesar Augusto. Yo llegué en el año 1959, entre al 1er año de la escuela primaria Juan Escutia (La Tipo) donde mi hermana María Concepción se encontraba ya cursando el tercer año. Por cierto, fue en el siguiente año 1960, encontrándome ya en el 2do año que se entregaron, como se sabe, los primeros libros de texto gratuitos en el sexenio de López Mateos, que tuvieron desde el inicio la oposición y satanización de grupos de la derecha política, de lo que afortunadamente nosotros ni cuenta nos dimos, pero si recibimos puntualmente todos los libros para nuestra instrucción gratuita y para beneficio de la economía familiar durante los seis grados de la escuela primaria. Llegó también nuestro primo Oscar Manuel Lizárraga incorporándose a la escuela primaria Gabriel Leyva, misma a la que ingresaron: Rodolfo, Antonio y Arturo, hijos de Juan Lizárraga Dueñas nuestro tío abuelo que ya tenía casa en Tepic; y como no recordarlo, se hizo de un muy bonito y antiguo automóvil color rojo descapotable marca Ford modelo 1934, regalo de su hijastro Roberto Rivera Hernández que a su vez se lo había comprado por mil pesos a Salvador Hernández, malacatero de la planta, quien lo había adquirido en Santiago, Ixcuintla…

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