Los mexicanos en el laberinto de pesimismo

Por: Héctor Gamboa

En su monumental ensayo «El Laberinto de la Soledad», nuestro premio Nobel de literatura Octavio Paz, buscó concatenar los acontecimientos que han marcado la historia de México con el pesimismo, la impotencia y la dejadez que predominan en la mente de la raza de bronce.

La historia de México ha sido manoseada y durante muchos años usada como elemento cohesionador de la unidad nacional, buscando que un pueblo multicultural y polifacético, trace una ruta épica que nos identifique, pero dista mucho de ser lo que la historia oficial relata.

Octavio Paz buscó en las complejidades de la psique del mexicano encontrar puntos que nos permitan configurar el mapa que nos distingue como pueblo, en el que la desgracia siempre parece ser la meta que buscamos.

Pasajes y personajes históricos como La Malinche; La Unión de la mayoría de los pueblos con los españoles para derrotar a los aztecas; la colonia y la lucha por la independencia; López de Santa Anna; las recurrentes traiciones de nuestros bizarros héroes nacionales, que como los actuales políticos cambiaban de bando en cuanto veían la posibilidad de la pingüe ganancia, nos han marcado en la raigambre más profunda que tenemos.

Para jugar con el lenguaje de la narrativa actual, las tres transformaciones que tuvo México, la independencia, la reforma y la revolución, estuvieron salpicadas de la picaresca innata de nuestros caudillos, que un día amanecían liberales y otro conservadores, que con singular veleidad apoyaban una causa para después combatirla, siempre dejando inacabada la meta, como la luz al final del túnel.

Ahora en una caricatura pseudo histórica, desde el poder nos dicen que hay una cuarta transformación, sin aclararnos que la transformación también puede ser en sentido proporcionalmente inverso a lo que es bueno para el país.

Es increíble cómo caímos el engañifa de quien pregonaba acabar con la militarización del país y acabó entregándole todo a los militares. Que sigue con el cuento surrealista de tener un sistema médico mejor que el de Dinamarca, que se estrella con la terrible realidad de la carencia de los mínimos insumos y medicinas para dar atención al enfermo.

Que prometió el rescate del campo con apoyos verdaderos a los campesinos, pero lo tocó en el fraude más grande que ha tenido México con el caso de Segalmex; que como nunca intentó socavar el sistema educativo mexicano, con énfasis en la educación superior y la investigación científica, para generar un espejismo en el que afirma haber construido universidades y preparatorias que sólo existen en su cabecita.

Un caudillo que prometió la independencia del poder legislativo y el respeto al poder judicial, pero que acabó sometiéndolos a su voluntad y arbitrio, trocando la separación de los poderes en un mero recurso retórico que olímpicamente se pasa por sus tanates.

Hay ejemplos en todos los rubros de la administración pública y en todos los sectores sociales de México.

Octavio Paz supo diseccionar bien ese pesimismo del mexicano, que como una maldición nos persigue desde siempre: la dejadez que nos caracteriza; el «ya merito» lo logramos; el hay se va; el estábamos mejor cuando estábamos peor; el aceptar lo inevitable del sino de perdedores.

Los mexicanos seguimos perdidos en nuestro laberinto de la soledad, en el que no encontramos salida y sólo nos queda el consuelo de saludar a los políticos como la porra saluda a los porteros contrarios en los estadios.

Con la llegada de una nueva administración federal encabezada por la señora Claudia Sheinbaum, renace la esperanza de que quizá no sea una segunda edición de «más de lo mismo».

Esperemos que no!

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