Por EZEQUIEL PARRA ALTAMIRANO
Funciona el humanismo en el Gobernador Navarro
Prefirió cambiar la sede de las Fiestas Patrias 2025
De no haberlo hecho quizá hubiera habido violencia
Fue en Chihuahua donde mataron al Padre de la Patria
Le dieron muerte al héroe y luego lo DECAPITARON
Pero la bandera fue recogida y oteada por MORELOS
PRACTICANDO el humanismo hasta donde fue posible, el gobernador Miguel Ángel Navarro Quintero acaba de encabezar las Fiestas Patrias 2025, dejando para después los choques a que hubiera dado lugar su decisión de cambiar de lugar el plantón que los burócratas afiliados al SUTSEM mantienen frente a Palacio de Gobierno.
Así que con el ánimo patrio por delante, tanto el mandatario estatal como su señora esposa, doctora Beatriz Estrada Martínez y el resto del Gabinete general y ampliado, junto con millares de protagonistas de las fuerzas armadas y las diversas instituciones educativas, llevaron a cabo los honores correspondientes a los héroes que nos dieron Patria y Libertad, así como a los Símbolos Patrios que lucieron como nunca en los terrenos de la Feria, lugar a donde fue preciso conmemorar la ceremonia del Tradicional Grito de Dolores y el martes 16 de septiembre el también Tradicional Desfile de la Independencia, en el que tomaron parte miles y miles de jóvenes, adolescentes y niños de las diversas instituciones educativas.

Esto de las Fiestas Patrias trajo a nuestra memoria la valentía y arrojo como enfrentaron a los gachupines los curas de Dolores y Carácuaro -Guanajuato y Michoacán, respectivamente-, Miguel Hidalgo y Costilla y José María Morelos y Pavón.
FUSILAMIENTO DE DON
MIGUEL HIDALGO Y COSTILLA
“No me tengas lástima, sé que es mi último día, mi última comida y por eso tengo que disfrutarla; mañana ya no estaré aquí; creo que eso es lo mejor, ya estoy viejo y pronto mis achaques se van a comenzar a manifestar, prefiero morir así que en una cama de hospital”, escribió a uno de sus amigos el Padre de la Patria cuando ya era inminente que lo llevarían al paredón de fusilamiento en el estado de Chihuahua.
Miguel Hidalgo y Costilla Gallaga nació el 8 de mayo de 1753 en la hacienda de San Diego de Corralejo, Pénjamo, Guanajuato. Con ese nombre lo conocemos y reconocemos como insurgente, pero bautizado con muchos otros, cualquier curioso puede encontrarlo si lo busca. Entregó el final de su vida a la causa de la Independencia nacional.
El 30 de julio de 1811 Miguel Hidalgo fue fusilado en Chihuahua. Después de las derrotas insurgentes en Aculco y Guanajuato, para el cura de Dolores y su tropa llegó el desastre de la batalla del Puente de Calderón, cerca de Guadalajara, Jalisco, el 17 de enero de 1811. Este triunfo realista, más la deserción de muchos combatientes, fue causa de la decisión de los caudillos de marchar hacia el norte para buscar ayuda en los Estados Unidos. Nunca pudieron llegar: perseguidos, acosados por las tropas realistas de Félix María Callejas, los jefes insurgentes Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Juan Aldama, Mariano Jiménez y Mariano Abasolo fueron hechos prisioneros en las Norias de Baján, Coahuila, por el coronel Ignacio Elizondo.
A MONCLOVA Y CHIHUAHUA
Los ilustres prisioneros fueron conducidos hasta Monclova y, después, a Chihuahua. Ahí, se les formó causa de infidencia. Fueron fusilados por la espalda, como traidores, Allende, Aldama y Jiménez, el 26 de junio de 1811. A Hidalgo se le sentenció a morir el 26 de julio, pero la ejecución fue aplazada porque primero se le tuvo que despojar de su carácter sacerdotal.
El denigrante proceso comenzó el 29 de julio a las 6 de la mañana en el corredor del Hospital Real de Chihuahua. Los encargados fueron el comisionado Francisco Fernández Valentín; el cura de Chihuahua, José Mateo Sánchez Álvarez; fray Juan Francisco García, guardián del convento de San Francisco; fray José Tarrasa; los jueces civiles Manuel Salcedo y Ángel Avella, y fray José María Rojas, notario del acto.
CON TODO Y PÚBLICO
Para la ceremonia se puso un altar con un crucifijo en medio de dos cirios encendidos, y se permitió a los lugareños acudir a presenciar el acto. El patio se llenó. Ante esa concurrencia, Hidalgo fue sacado de la celda y llevado al corredor. Ahí le quitaron los grilletes y procedieron a vestirlo con el alzacuello, sotana y ornamentos como si fuese a dar misa. Luego, se le obligó a ponerse de rodillas. El comisionado, en compañía del juez, procedió a informar a los asistentes la causa de la degradación. Después, con un cuchillo raspó las manos y las yemas de los dedos del prócer en señal de despojo de los derechos a tomar la ostia para consagrar. Procedió entonces a cortarle el pelo.
Hidalgo fue entregado al juez civil, quien le leyó la sentencia de muerte y lo hizo arrodillarse de nuevo, notificándole que al día siguiente sería pasado por las armas. Le fueron colocado los grilletes y fue conducido a su celda. La sentencia se cumplió.
BESÓ EL BANQUILLO
Ante el paredón del fusilamiento había un banquillo. Miguel Hidalgo y Costilla lo besó y, estoico, sereno, valiente se sentó frente al pelotón. Por un breve momento discutió con uno de los generales, Miguel Salcedo: tenía la orden de ejecutarlo por la espalda como a un traidor, pero no se lo iba a permitir. No era un traidor. Ante la digna defensa del condenado, el militar aceptó dispararle de frente. No hubo testigos, salvo los ejecutores, le quitaron la vida en privado a las 7 de la mañana. Después, la ignominia: exhibir el cuerpo como castigo ejemplar, denigrarlo aún fallecido. Permanecido expuesto al público como una hora. Lo decapitaron y desmembraron. La cabeza fue a Dolores. La lección implícita, de nada sirvió. Miguel Hidalgo había encendido una mecha libertaria, y ésta ya había sido retomada por otro cura consciente, rebelde y valiente: José María Morelos y Pavón.
EL ÚLTIMO DÍA DEL
PADRE DE LA PATRIA
Su último día se describió así: «Vuelto a su prisión, le sirvieron un desayuno de chocolate, y habiéndole tomado, suplicó que en vez de agua se le sirviese un vaso de leche, que apuró con extraordinaria muestra de apetecería y gustaría. Un momento después se le dijo aviso que había llegado la hora de marchar al suplicio; lo oyó sin alteración, se puso en pie y manifestó estar pronto a marchar.
Salió, en efecto, del odioso cubo en donde estaba, y habiendo avanzado quince o veinte pasos de él, se paró por un momento, porque el oficial de la guardia le había preguntado si alguna cosa se le ofrecía que disponer por último; a esto contestó que sí, que quería que le trajesen unos dulces que había dejado en sus almohadas: los trajeron en efecto, y habiéndoles distribuido entre los mismos soldados que debían hacerle fuego y marchaban a su espalda.
De esta forma, los alentó y confortó con su perdón y sus más dulces palabras para que cumpliesen con su oficio; y como sabía muy bien que se había mandado que no disparasen sobre su cabeza, y temía padecer mucho, porque aún era la hora del crepúsculo y no se veían claramente los objetos, concluyó diciendo: «La mano derecha que pondré sobre mi pecho, será, hijos míos, el blanco seguro a que habéis de dirigiros”.
EL BANCO DEL SUPLICIO
«El banco del suplicio se había colocado allí en un corral interior del referido colegio a diferencia de lo que se hizo con los otros héroes, que fueron ejecutados en la plazuela que queda a la espalda de dicho edificio, y donde hoy se encuentra el monumento que nos lo recuerda, y la nueva alameda que llevó su nombre.
Enterado Hidalgo del sitio a que se le dirigía, marchó con paso firme y sereno, y sin permitir se le vendasen los ojos, rezando con voz fuerte y fervorosa el salmo Miserere me llegó al cadalso, le besó con resignación y respeto.
No obstante, algún altercado que no le hizo para que se sentase la espalda vuelta, tomó el asiento de frente, afirmó su mano sobre el corazón, les recordó a los soldados que aquél era el punto donde le debían tirar, y un momento después estalló la descarga de cinco fusiles, uno de los cuales traspasó efectivamente la mano derecha sin herir el corazón.
LAS ÚLTIMAS ORACIONES
El héroe, casi impasible, esforzó su oración, y sus voces se acallaron al detonar nuevamente otras cinco bocas de fusil, cuyas balas, pasando el cuerpo, rompieron las ligaduras que lo ataban al banco, y cayendo el hombre en un lago de sangre, todavía no había muerto; otros tres balazos fueron menester para concluir aquella preciosa existencia, que hacía más de 50 años que respetaba la muerte.”
Por hoy es todo y mañana será otro día.
¡CONSUMATUM EST!