Por: Héctor Severiano Ocegueda
Por enésima ocasión, en el dilatado marco histórico de un conflicto largo y penoso, el 7 de octubre de 2023, el mundo conoció la noticia de que un ataque “sorpresivo” de Hamas, que preside el gobierno de la Franja de Gaza (territorio de 360 kilómetros cuadrados, con una población de poco más de 2 millones de habitantes), se había llevado a cabo.
En este apretado recuento, conviene recordar que el origen del problema se encuentra claramente en las maniobras colonial-imperialistas de Gran Bretaña y Francia a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Auspiciada la emigración europea de la población de diversas nacionalidades de creencia judía hacia Palestina, en el marco de la doctrina sionista por el gobierno británico que en palabras de su ministro de Asuntos Exteriores Arthur James Balfour, en carta dirigida a Lionel Walter, segundo Lord Rothschild (1868-1937), cabeza “no oficial” de la comunidad judía británica, señaló a la letra: “Foreign Office. 2 de noviembre de 1917: “Estimado Lord Rothschild: Tengo sumo placer en comunicarle en nombre del Gobierno de Su Majestad, la siguiente declaración de simpatía con las aspiraciones judías sionistas, declaración que ha sido sometida a la consideración del gabinete y aprobada por el mismo: «El Gobierno de Su Majestad contempla con simpatía el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío, y empleará sus mejores esfuerzos para facilitar el cumplimiento de este objetivo, quedando claramente entendido que no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no-judías existentes en Palestina, o los derechos y estatus político de que gozan los judíos en cualquier otro país.» Le agradeceré que lleve esta declaración a conocimiento de la Federación Sionista. Suyo Arthur James Balfour.” Esta carta, sin embargo, ocultaba que dos años antes, en 1915, Henry McMahon Alto Comisario británico en Egipto había prometido al jerife de La Meca Husayn Ben Ali, el control de los territorios árabes incluyendo Palestina si este encabezaba una rebelión contra el Imperio Otomano (rival de Gran Bretaña en la Primera Guerra Mundial) y más aún que en 1916, Francia y Gran Bretaña habían suscrito el Acuerdo Sykes-Picot (por Mark Sykes representando a Gran Bretaña y François George Picot, representando a Francia) mediante el cual entre ambas potencias se repartirían los territorios árabes arrebatados al Imperio Turco-Otomano derrotado en la guerra.
Hecha la anterior aclaración, señalamos que de acuerdo a información, divulgada sobre todo por medios occidentales, Israel había sido atacado con miles de cohetes lanzados desde el territorio palestino. Las imágenes no dejaban lugar a dudas, ahí sobre territorio israelí yacían centenares de muertos y heridos, además de edificios e infraestructura urbana, dañados por la acción. De inmediato la maquinaria mediática occidental alzó el vuelo: Los “terroristas”, como así son calificadas las organizaciones del pueblo palestino, luego denominados “animales humanos” por el primer ministro israelí Benjamín Netanyanhu, incursionaron en territorio de Israel tomando rehenes de entre la población civil, emitiendo las consabidas amenazas. Acto seguido el propio Netanyahu se encargó de confirmar los detalles del ataque anunciando el estado de guerra que al paso de los días se ha concretado en una operación de limpieza étnica de clara inspiración nazi que busca arrasar a la población civil imponiendo un criminal bloqueo que impide el acceso de alimentos, medicinas y agua a la población palestina residente en la sitiada Franja de Gaza. En la narrativa tradicional de medios y gobiernos occidentales, los “terroristas” palestinos habían consumado otro acto de agresión desde otra perspectiva, se trata de una respuesta a la dilatada cadena de agresiones perpetradas contra el pueblo palestino, que cotidianamente es blanco de asesinatos individuales, masacres, violencia militar y policiaca y despojos territoriales, contando casi siempre con la complicidad de gobiernos alineados con Estados Unidos e Israel, que en conjunto dieron vida a una retórica según la cual denunciar sus actos de agresión supone suscribir el antisemitismo.
Un acontecimiento de semejante dimensión desde luego merece la mayor atención, no sólo por el pisoteado derecho del pueblo palestino a poseer un territorio y un Estado nacional propios, sino por las consecuencias de un conflicto que puede conducir a una guerra entre varias naciones de la región que introduzca un ingrediente más al explosivo escenario internacional.
En principio aclaremos que por obra y gracia de una perversa manipulación, las víctimas se convirtieron en verdugos. El pueblo palestino, al cual se le ha negado sistemáticamente el más elemental derecho, fue sometido brutalmente y luego conducido al estatuto de “terrorista”, echándose al olvido las acciones abiertamente terroristas de grupos israelíes como Irgún, responsable del atentado en 1946 al hotel “Rey David” sede del contingente militar británico durante la época del Mandato Británico en Palestina. En tal circunstancia consideremos en primera instancia el reconocimiento que la causa del pueblo palestino ha recibido de la inmensa mayoría de los gobiernos y pueblos del mundo, como así lo muestran las resoluciones de la Asamblea General de la ONU, en sus declaraciones 181, de 1947; 194 (III) de 1949; 3236 (XXIV) de 1973; la creación del Comité para el Ejercicio de los Derechos Inalienables del Pueblo Palestino en 1975 y la concesión a Palestina del estatuto de Estado observador no miembro en las Naciones Unidas, en el cual se le reconoce el derecho a la soberanía y la libre determinación. En particular importa destacar la Resolución 181 mediante la cual se decidió la división de Palestina en dos estados, aunque ya en principio conteniendo una situación ventajosa para el Estado judío, al cual se le otorgaba un porcentaje territorial mucho mayor a su proporción demográfica si se considera que la absoluta mayoría de la población de la época era árabe. Debe agregarse que en la víspera de la declaratoria de nacimiento del Estado de Israel, grupos paramilitares israelíes llevaron a efecto el llamado “Plan Dalet” mediante el cual se efectuó un despojo territorial entre cuyos «Objetivos operativos de las Brigadas», figura cόmo tratar los «centros de poblaciones enemigas ocupados», y se lee: «destrucciόn de poblados (prenderlos fuego, hacer que exploten y plantar minas en los escombros), en particular, los centros de poblaciones cuyo control continuo es difícil. (…) Realizar operaciones de búsqueda y de control en funciόn de las siguientes conductas: rodear la poblaciόn y rastrillarla. En caso de resistencia, las fuerzas armadas deben ser destruidas y la poblaciόn expulsada fuera de las fronteras del Estado hebreo». (Tribuna Abierta. Los hijos del ghetto. Alma Bolón. 20 de abril de 2018. La Izquierda. Diario.)
En la batalla por el reconocimiento de sus derechos y en la denuncia de los atropellos cometidos en su contra, el pueblo palestino ha contado con la aprobación abrumadora del mundo, con la oposición solitaria de Estados Unidos, alguno de sus gobiernos peleles y desde luego de Israel, los cuales detentando el control de los más poderosos medios y agencias noticiosas (EFE, AFP, INFOBAE, AP, CNN, BBC) han hilvanado la narrativa de un pueblo palestino “terrorista” y un Israel víctima, nación surgida en 1948, con una extensión territorial de 20 mil 700 kilómetros cuadrados que en medio del desierto se convirtió en potencia militar y económica en unos años, gracias a su papel de enclave imperialista en la región primero bajo la protección de Gran Bretaña y luego de Estados Unidos.
Como se ha señalado en el Pronunciamiento formulado en el marco del IV Encuentro Nacional, desde la Unidad de las Izquierdas, reivindicamos el derecho inalienable del pueblo palestino a poseer un Estado nacional, un territorio propio y a gozar de una vida pacífica.